martes, 20 de septiembre de 2011

Quisiera comentar la imagen: Cartógrafos holandeses de Blaeu. Lo primero que atrapa la mirada y que debemos observar son las dos esculturas que se alzan en cada uno de los lados de este gran salón. Ambas figuras representan dos dioses de la mitología griega; el primero de ellos, de fácil reconocimiento, es Poseidón y, en su contraparte Eolo. Cada uno de ellos son prototipos de ciertos significados en la teogonía griega y de Blaeu los coloca, vivos, custodiando la escena que se desarrolla en esta ilustre sala transparente e inquietante. Debo hacer una breve recensión de los significados asociados a estas divinidades y ellos nos conducirá a acercarnos progresivamente al sentido de la obra.

Poseidón, hijo de Cronos y Rea, es el dios que reina sobre el mar. Como hijo de Cronos se le asignó uno de los tres dominios diferentes del universo y del espacio: el mundo marino, mientras a Zeus se le otorgó el cielo y a Hades el mundo infernal. Poseidón no sólo tiene poder sobre las olas, sino que también puede desatar tempestades, desquiciar las rocas de las costas y hacer brotar manantiales —es un dios desestabilizador y creador—. Quizás un aspecto revelador para comprender el lugar de Poseidón en el salón de los cartógrafos, se refiere al reparto y la organización de las ciudades que hicieron los seres humanos. Los dioses resolvieron escoger, para cada cual, una o varias ciudades para ser objeto en ellas de especial veneración. Pero sucedió que dos o tres divinidades eligieron la misma ciudad, lo cual originó entre ellos conflictos que fueron sometidos posteriormente al arbitraje de sus pares o, incluso, de los mortales. En estos juicios, Poseidón perdió casi siempre. Así que disputó a Helio la ciudad de Corinto, y el gigante Briareo, nombrado árbitro, decidió a favor del Sol. Del mismo modo, Poseidón quiso reinar en Egina, pero fue suplantado por Zeus. En Naxos lo venció Dionisio; en Delfos, Apolo; en Trecén Atenea. Pero quizás la disputa más famosa fue la motivada por la ciudad de Atenas. Poseidón había puesto la mirada en Atenas y había sido el primero en tomar posesión de la ciudad haciendo brotar con su tridente un mar en la cima de la Acrópolis. Pronto se presentó Atenea, quien llamó a Cécrope y lo tomó por testigo de su acción: plantó un olivo y reivindicó la soberanía del país. La disputa fue sometida a Zeus, el cual nombró árbitros a Cécrope y Cránao. El tribunal falló a favor de Atenea. (Cfr. Grimal, 447-448)

De ahí que Poseidón no tiene un territorio, una tierra o ciudad donde ser venerado; vive en el mundo acuático con su carácter informe y con sus límites difusos, que se encuentran en movimiento constante. Los teólogos y navegantes de la Antigüedad y de la Edad Media creían en la preponderancia de un espacio térreo, pero la revolución de la época de los descubrimientos cambiará para siempre la imagen terrea del planeta por una acuática; los mares y el globo se ampliarán considerablemente. Cuando “Sebastián Elcano y el autor italiano del cuaderno de bitácora magallánico, Antonio Pigafetta, informaban de que después de dejar la punta suroccidental de Suramérica hubieron de navegar curso noreste, ‘durante tres meses y veinte días’, con permanente viento favorable a través de un mar inconmensurable, desconocido, que llamaron mare pacífico… en esta corta anotación se esconde la revolución oceanográfica, con la que la antigüedad geográfica, la creencia tolemaica de la preponderancia de las masas continentales, habrá de llegar a su fin sensorial” (Sloterdijk, 61). Poseidón apadrina entonces esta nueva imagen del mundo que se está fraguando y que enmarca el cambio de representación de un planeta térreo a uno acuático. Como veremos más adelante la imagen medieval se irá desmembrando para dar lugar a una imagen secular del espacio.

Goethe en su viaje a Palermo anota en su diario de viaje:

“Si uno no se ha visto rodeado de mar por todas partes, no tiene ningún concepto de mundo ni de su relación con el mundo”. (Citado por Sloterdijk, 115)

En el lado opuesto del salón se encuentra Eolo, dios de los vientos. En la jerarquía de los dioses ocupa un lugar secundario y es hijo de Poseidón. Quizás la escena más representativa en relación con Eolo es cuando Ulises, en el curso de sus viajes, llego a la a isla de Eolia, donde el dios lo recibió cordialmente y lo retuvo un mes a su lado. Al partir, le entregó un odre en el cual estaban encerrados todos los vientos excepto uno, el que debería llevarlo directamente a Ítaca. Pero, mientras Ulises dormía, sus compañeros abrieron el odre, creyendo que estaba lleno de vino, y los vientos se escaparon, desencadenando una tempestad que arrojó de nuevo la nave a la costa de Eolia. Eolo, adivinando que el héroe era víctima de la cólera divina, se desatendió de él y lo despidió. (Cfr. Grimal, 160-161)

Además de la revolución oceanográfica, arranca, con un inicio fulgurante, la revolución de los vientos, quizás haya dos operaciones técnicas altamente revolucionarias y seculares que se echan a andar en el límite de la Europa Medieval y Renacentista. La primera de ellas, es la fusión de dos elementos técnicos: la aguja náutica (brújula) y la rosa de los vientos. La fusión de ambas y su utilización desde el siglo XII en la navegación marcará la creación de nuevas rutas y, a la par, aumentarán los cálculos de las direcciones de los vientos y de la declinación magnética: “Los ocho vientos primitivos se desdoblarán en dieciséis y poco más tarde, se fijarán en treinta y dos… Así el Compasso de Navigare, un libro de rutas marítimas datado a mediados del siglo XIII, distingue hasta setenta y cuatro direcciones.”(Sellés 21).

La fusión de estos dos instrumentos será la base de un nuevo tipo de mapa o carta náutica: el portulano, que se caracteriza por tener una estructura matemática esencialmente desencantada. El portulano integra principalmente el paisaje y el mundo a una red loxodrómica de rutas y direcciones de los vientos. La multiplicación de estos últimos por la combinación de la aguja náutica y la rosa de los vientos abre, como odre de Pandora, una nueva revolución técnica: las naos renacentistas. Los constructores de barcos inventarán y desplegarán una tecnología de los vientos, refinando hasta el detalle el uso y la eficiencia de las velas latinas y cuadradas para sortear mares difíciles de abatir, como el Atlántico, y costas irregulares, como las de África y América. En nuestra pintura de referencia, las naos se ven de cerca y a detalle sin que medie entre los cartógrafos y ellas siquiera una ventana, entre un torrente de vientos son impulsadas las naos hacia una dirección determinada.

En el centro del cuadro se encuentran dos globos terráqueos, históricamente el más antiguo y famoso de ellos es la esfera terrestre de 1492 de Martín Behaim —astrónomo, matemático y cosmógrafo de Nüremberg—. Los globos terráqueos “reproducen la imagen de un cuerpo al que le falta el margen cobijante, la bóveda esférica exterior... Ninguna circunstancia caracteriza tan profundamente el arte cartográfico de la Edad Moderna y su modo de pensar como el hecho de que ninguno de los globos terráqueos que conocemos se represente la atmósfera de aire. También los mapas planos reproducen vistas de territorios sin aire. El elemento atmosférico se descuida en todos los modelos de la Tierra de modo tan natural y sobreentendido como si se hubiera convenido de una vez por todas que sólo el cuerpo sólido justifica su representación… Nada puede salvar al cielo físico de ser desencantado como una forma de ilusión.” (Sloterdijk 50-51)

Bien, diremos sólo algunas últimas palabras sobre el cuadro de Blaeu. Hay quizás algunas cosas inquietantes que debemos resaltar aún, como el farol que proyecta una luz semidivina —quizás semejante a ese ojo que todo lo observa— o la colección de instrumentos cartográficos que aparecen por todas partes en la pintura, y que representan los símbolos de la revolución técnica de la cartografía moderna, tales como: la ballestita, el compás náutico, el astrolabio, los relojes de arena o las cartas de navegación. Todo esto en una intensa y compleja interacción de personajes que realizan mediciones, cálculos de distancias, interpretaciones de mapas, descripciones del funcionamiento de instrumentos, fijaciones de puntos en la esfera terrestre, así como la enseñanza a las nuevas generaciones del arte de la cartografiar el mundo.

Termino este breve comentario con una cita de Blumenberg: “En una fábula de Esopo, el naufrago, arrojado a la playa, se despierta del primer sueño por agotamiento y se encuentra en el mar de nuevo en calma. Le embarga la ira y arremete contra el mar que le llevó a la ruina. El mar con un bello semblante seduce al hombre para perderle cuando éste le seguía con furia. Thalasa, con apariencia de mujer —el mar— replica al encolerizado naufrago: «No te quejes de mí, sino de los vientos, pues yo por naturaleza no soy distinta a la tierra; son ellos los que caen sobre mi y me arrancan violentas olas»…. La fábula es hermosa, pero no perfecta. Engaña, porque al equiparar al mar con la tierra firme, echa la culpa a los vientos, algo que puede expresar la más convincente invocación para los griegos: la noción de physis. La fábula es un fragmento; los vientos ahora censurados por el náufrago, deberían haber tenido la última palabra.” (Blumenberg, 6)

Citas:

Blumenberg, H., La inquietud que atraviesa el río. Ediciones Península, Barcelona 1992.

Grimal, P., Diccionario de mitología griega y romana. Paidós, 1981.

Sellés, Instrumentos de navegación. Lunwerg, Madrid 2004.

Sloterdijk, P., En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización. Siruela, Barcelona 2007.

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